Cada vez que voy a una tutoría con la profesora de mi hija, claro que me interesa saber cómo va mi pequeña en los estudios, su nivel de rendimiento, de aprendizaje, esas cositas que tanto preocupan a los padres. Sin embargo, para mí, lo que más me interesa saber de la tutora es si mi hija se siente feliz en clase, con sus compañeros, y con lo que aprende. Siempre he creído que un niño feliz es un niño capaz de desarrollar cualquier tarea que le sea presentada.
Ser feliz, así como tener miedo, compartir, ser agresivo, etc., también se aprende y se hereda desde la más temprana edad. Los niños aprenden a ser felices cuando su entorno es feliz. Cuando, aún bebé, siente que les importa a sus padres, que hay comunicación con ellos, y que ellos atienden a sus balbuceos y a sus necesidades y derechos más básicos como el cuidado, la alimentación, educación, etc.
Pienso que la felicidad va mucho más allá del tener, poseer,..., yo diría que reside en la ilusión, en el deseo y en lo que emplea un niño para conseguir lo que quiere. Si el niño que está a punto de soltar el dedo de sus padres para dar libremente sus primeros pasos, confía que puede contar con el cuidado de ellos, se sentirá feliz y conseguirá lo que se propone. Lo mismo con la alimentación, con el sueño, etc.
A la hora de educar a nuestros hijos, son muchos los aspectos que consideramos y muchas veces dejamos de lado los sentimientos y sólo nos centramos en las buenas y malas conductas. Pienso que existen algunas claves que los padres pueden considerar a la hora de educar a niños felices:
1- Establecer un canal de comunicación con ellos a través de actividades como el juego, el baile, el dibujo, la música, la cocina, o simplemente viendo una película o compartiendo un cuento infantil, una manualidad, una adivinanza, etc.
2- Enseñando a los niños a aceptar sus frustraciones, de una forma constructiva y positiva. También tienen que aprender a perder. A través de los límites se puede enseñar a un niño sobre lo que es más o menos importante, y qué es lo que esperas de ellos.
3- Dejar que el niño exprese sus emociones, sus enfados,... No lo reprimas. El niño puede generar inseguridad y miedo a mostrarse tal y como es. Debes enseñarle a respetar sus emociones, y buscar soluciones.
4- Valora a tu hijo por sus virtudes morales. Ensénale a compartir, a ser amigo, a ser responsable con sus cosas, a tener disciplina con sus tareas, etc. Estos valores son los que le quedarán para su vida adulta.
5- No lo compares con otros niños, amigos o hermanos. Acepta a tu hijo tal y como es, con sus virtudes y defectos. Nadie es perfecto.
6- Las palabras tienen poder sobre los niños. Si estás diciendo continuamente a tu hijo que él “es malo”, que “siempre hace todo mal”, lo que conseguirás es bajar la autoestima de tu hijo, y no animarle a que se esfuerce para mejorar. Las malas palabras tienen un efecto al revés en los niños y en cualquier persona.
7- Enseña a tu hijo a ponerse en el lugar del otro. Que él busque no hacer a los demás lo que no le gustaría que hiciesen a él.
8- Enseña a tu hijo a reconocer y a agradecer por todo lo que tiene, de corazón. Es importante que él sepa que es un niño privilegiado, que tiene unos papás que le quieren, una casa en que vivir, comida, escuela, amigos, salud,... ufff... ¡hay tanto por agradecer!
Y tú, ¿qué crees que hace feliz a tu hijo?
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