Ver a nuestros hijos crecer



Nuestros hijos, desde que nacen, se van preparando poco a poco para ir separándose gradualmente de nosotros. Primero les alumbramos a ellos, y después alumbramos la placenta que les nutrió durante nueve meses a través de nuestro cuerpo. Después se alimentan a través de nuestro pecho, hasta que un día empiezan a comer alimentos sólidos por sí mismos. Unos meses después aprenden a andar y ya no necesitan nuestros brazos para deplazarse.


Ver a nuestros hijos crecer nos llena de sentimientos encontrados. Por un lado nos llena de orgullo, y en ocasiones resulta liberador para nosotros, como padres, ver que poco a poco van ganando una mayor autonomía y nos demandan menos atención.  Pero verles crecer también es doloroso, y exige una gran generosidad por nuestra parte para no entorpecer el proceso.

Un día nos descubrimos rememorando, con nostalgia, sus primeras semanas de vida, y descubrimos que ya sólo recordamos los buenos momentos.  ¿Es el miedo a perderlos? ¿El miedo a lo desconocido? ¿El dolor de saber que cada vez somos menos necesarios para ellos? No lo se a ciencia cierta, lo único que se es que ver crecer a mis hijos me duele, me llena de orgullo, me da miedo, me hace feliz y me entristece. Y todo ello al mismo tiempo.

Es una de esas grandes contradicciones de la maternidad; cuando nacen estamos deseando que crezcan un poco para tomarnos un respiro, y cuando han crecido queremos que nos devuelvan a nuestros bebés. Y ese es el gran reto también, conseguir disfrutar de cada etapa sabiendo que no va a volver, y lo que ahora echamos de más, algún día lo echaremos de menos.

0 comentarios:

Publicar un comentario