Los niños viven un periodo de rápido crecimiento y desarrollo que representa una clara diferencia frente a la relativa estabilidad de los adultos. Además de los cambios físicos asociados con la maduración, existen importantes cambios sociales, cognitivos y comportamentales que tienen profundas repercusiones para la psicopatología infantil y su tratamiento.
La edad se presenta como uno de los aspectos más importantes a tener en cuenta, en la consideración y pronóstico de una conducta infantil, dado que lo que puede resultar como absolutamente normal en una edad determinada puede que ya no lo sea en otra edad (pelearse, mojar la cama, miedos o actividad sexual). Conductas de este tipo son consideradas de un modo muy distinto y tienen un pronóstico diferente según la edad del niño que las manifiesta. De hecho la mayoría de los síntomas de los trastornos infantiles son comportamientos adecuados, o por lo menos típicos en las primeras etapas del desarrollo (hiperactividad, inquietud e incluso agresión). Por ejemplo, los estudios epidemiológicos de niños normales muestran que los padres informan que aproximadamente la mitad de los niños son inquietos hiperactivos y distraibles; los síntomas más característicos del trastorno de hiperactividad con déficit atencional.
La edad también ha de ser tenida en cuenta a la hora de determinar si se ha de intervenir, la elección del tipo de tratamiento y cuándo se ha de intervenir. Esto supone una tarea complicada debido a los cambios sistemáticos en los patrones comportamentales y emocionales que se suceden en el curso del desarrollo.
LA INTERACCIÓN - PADRES-HIJOS
Para mantener una buena relación es necesario que la comunicación sea buena y este siempre abierta.
Hablar no lo es todo. Es mejor hablar en un tono de voz bajo pero que conlleve una consecuencia real.
Las tácticas para desarrollar una buena comunicación deben adaptarse a la edad y madurez del niño/a.
El orden adecuado para fomentar una buena comunicación es pasar de más consecuencias con menos palabras cuando son pequeños, y a más palabras con menos consecuencias a medida que se acerca al periodo de la adolescencia.
En general, lo mejor es usar más DIRECCIÓN con un niño/a pequeño y más COMUNICACIÓN con un niño/a más mayor.
Ejemplo:
Decirle a un niño/a de 2 años que la estufa quema puede llegar a hacerle comprender con el tiempo que no debe tocarla, pero retirar su mano y decide firmemente: ¡NO!, le hace comprender de forma inmediata lo que se pretende. Sin embargo, un adolescente al que se le encuentra bebiendo cerveza o fumando puede necesitar un castigo, pero no servirá de mucho si no se le da información sobre el alcohol y las drogas.
Cómo escuchar a nuestros hijos para que ellos nos comuniquen sus preocupaciones, alegrías, sentimientos...
Observar su comportamiento
Cuando el niño/a empieza a actuar repentinamente de una forma distinta, es muy posible que intente comunicar algo.
Miguel de 8 años se había vuelto destructivo, rompía juguetes y cosas de la casa. Se descubrió que estaba muy preocupado por la salud de su padre, que era precaria, pero de la que nunca se hablo en su presencia. Con ayuda, fue capaz de expresar sus sentimientos y dejar de manifestar sus miedos.
Ayudarle a Expresar sus Emociones.
El proceso de enseñar a un niño/a a definir y expresar sus emociones es lento y supone mucha insistencia.
Con los niños muy pequeños es útil utilizar el "árbol del sentimiento". A medida que el niño/a se hace mayor es útil utilizar expresiones como: "Suena como si estuvieras enfadado con Juan"," Parece que te preocupa algo. ¿Qué crees que es? ",... y fuego tras una corta charla puede lograrse que el niño/a verbalice que está celoso,....
No hay que olvidar tampoco que no sólo se le ha de enseñar a expresar sus sentimientos sino que también se debe añadir una consecuencia a su comportamiento.
Ejemplo:
Javier, de 4 años está intentando encajar dos piezas de un juguete y no lo consigue. Se está enfadando y finalmente lanza el juguete al suelo. Su madre le explica que es normal que se sienta "molesto" y que cuando se sienta así debe pedir ayuda. Pero también añade una consecuencia "cuando tires las cosas así no las volverás a ver en toda la tarde".
Tiempo para Escuchar.
Es muy importante encontrar un rato diario para hablar con nuestros hijos, en el cual nos cuenten lo que les ha pasado durante el día y sus sentimientos, de manera que se sientan libres para darnos detalles.
Algunos consejos:
Concierta Citas para hablar. No Olvides Cumplir Las Citas.
Préstale la máxima atención. Actúa como si tuvieras todo el tiempo del mundo y como si fuera un amigo tuyo el que tuviera un problema.
Inicia la conversación. A veces les cuesta mucho arrancar. Entonces servirán frases como: "Hablemos" o "Dime lo que te preocupa"; a veces, es mucho mejor ser más específico: "Cuando has llegado del colegio parecías muy triste. ¿Me quieres contar qué te ha pasado? ".
Puede que el niño/a diga que no quiere hablar en ese momento. Entonces respétalo/a y hazle saber que podrás hablar más tarde, cuando esté dispuesto/a.
También es posible que tu hijo/a necesite un empujón más y que contándole primero un cuento o inventando una historia donde aparezca un niño/a como tu hijo/a, al que le ocurre algo similar... puede que entonces empiece a expresarse.
Otras veces lo mejor es empezar por sentarse a su lado abrazándole y esperar sin prisa a que arranque.
Mantén la conversación viva. Resiste la tentación de resumir lo que cuenta antes de que haya acabado. Evita dar largos discursos, ... Sigue el hilo como un amigo en fugar de un policía haciendo un interrogatorio. Debes aprender a ponerte en su lugar, hacerle saber que entiendes cómo se siente, ponerte a la altura de la visión del mundo que tu hijo/a tiene, que no necesariamente debe ser la "verdad" exacta de lo que ocurrió.
Finalmente haz saber a tu hijo/a que estás contento/a de que comparta sus sentimientos contigo:" Gracias por contármelo", "me alegro de que me lo cuentes, sé que te habrá costado",... o simplemente un abrazo.
Cómo hablar al niño/a
Mírale a los ojos y fomenta que tu hijo/a también te mire así a ti. Si a tu hijo/a le cuesta puede ser útil jugar en otro momento al "Juego de las miradas ".
No olvides elogiarle cuando lo haga.
Háblale con voz firme y relajada.
Utiliza frases sencillas. Y evita discursos.
Explica a tu hijo/a los sentimientos que producen en tí sus acciones o actitudes en fugar de criticarle directamente (además de establecer consecuencias cuando sea necesario): "me enfado mucho cuando dejas tus juguetes sin recoger y tengo que recogerlos yo", " me enfado mucho cuando tardas mucho en comer y tengo que esperar para recoger la cocina y no puedo estar luego contigo leyéndote un cuento",...
Aprende a utilizar frases en 1a persona en lugar de en 2a. De esta manera se evitan las críticas y culpabilizar al niño/a y no dejas de expresar tus emociones con eficacia.
Di lo que piensas y piensa lo que dices.
Cómo entender a nuestros hijos
A continuación ofrecemos algunas ideas que puedan servir de guía para una buena relación padres e hijos:
Padres e hijos no son iguales en todos los aspectos. La única diferencia es la natural dependencia del niño en relación con la seguridad, el apoyo y la alimentación, que otorga a los padres una responsabilidad natural sobre amplias áreas de la vida del niño.
Los padres que castigan a los niños que no se comportan como se espera de ellos, no son "malos padres". El castigo sólo es malo cuando:
No sirve para cambiar el comportamiento de un niño
Acarrea consecuencias no deseadas para el niño
Los padres promueven el sentido de la seguridad en los niños cuando dicen exactamente lo que pretenden, cuando lo dicen claramente y cuando son coherentes y predecibles en su comportamiento.
Un niño puede desarrollar su sentido de la responsabilidad sólo cuando se le considera responsable de sus actos. Este sentido de la responsabilidad puede y debe ser enseñado por los padres.
La autoridad paterna no tiene porqué ejercerse de manera abusiva, mezquina, dura o dañina para el niño. No obstante, la autoridad corresponde a los padres.
La mayor parte de las dificultades entre padres e hijos surgen de la lucha que se establece por disponer de poder y control. Los padres deben saber cómo ganar esta batalla cuando sea necesario, de modo que puedan otorgar poder a sus hijos cuando sea más aconsejable.
Las claves para resolver la mayoría de las dificultades que los padres tienen con sus hijos consisten en establecer unas normas, marcar las consecuencias que se derivan de la ruptura de esas normas y utilizar una disciplina coherente.
Las normas efectivas contribuyen a que el niño se sienta seguro, de modo que no tenga que comportarse mal.
Un conjunto de normas define cuales son las relaciones entre los miembros de la familia, ofrece pautas para tomar decisiones y proporciona ideas sobre cómo deben producirse los cambios dentro de la familia. El procedimiento de establecer normas y límites para los niños no es inamovible pues deben irse ajustando a las circunstancias cambiantes como el crecimiento físico, la maduración intelectual y afectiva y las nuevas condiciones de la vida familiar. Si en la familia no se produce un proceso semejante, El caos resultará inevitable. Todos sus miembros sentirán inseguridad y ansiedad cuando existan falta de entendimiento y confusión en cuanto al papel que cada uno debe jugar para tener un comportamiento adecuado.
Los pasos a seguir para establecer normas son:
A) Observar cuidadosamente a los hijos
La mera presencia de los padres hace que el comportamiento de un niño no sea realmente el que tendría. Para entender esos "otros" comportamientos debemos ser capaces de observar a los niños sin que éstos se den cuenta de nuestra presencia. También preguntar a amigos o parientes qué les parece el comportamiento de su hijo. Cuando se observa a un niño lo que si hay que evitar es la tendencia a ser únicamente las cosas que hace mal, en lugar de observar su comportamiento general.
Una de las principales dificultades que experimentan los padres cuando observan a sus hijos deriva de sus deseos de intervenir en su comportamiento. Si usted quiere que su hijo se comporte "adecuadamente", recuerde que una intervención desafortunada sólo puede conseguir un comportamiento indeseado.
B) Analizar las situaciones problemáticas
En primer lugar, averigüe cual es el problema. La mejor manera de definir un problema es identificar un comportamiento que desee cambiar.
Una de las tentaciones que más frecuentemente sufren los padres al definir un problema consiste en querer modificar el estado emocional o los sentimientos del niño. Lo más eficaz, por el contrario, es tratar de modificar el comportamiento. Si se consigue modificar un comportamiento, la mayoría de las veces cambia también el estado emocional que sustentaba ese comportamiento.
Una vez definido el problema, el paso siguiente será analizarlo. Para hacerlo necesitamos toda la información que podamos reunir: ¿Cuándo ha surgido? ¿Cómo? ¿Cuáles son sus consecuencias? ¿Que parte de él nos corresponde? ¿Cómo reaccionamos? ¿Entendemos porqué reaccionamos de ese modo? ¿Qué nos gustaría hacer? ¿Cómo nos gustaría que se resolviese esta situación por si sola?. Para analizar cada problema lo más conveniente es que los padres, entre sí o con otra persona, sean capaces de hablar.
Tras analizarlo, el siguiente paso consistirá en considerar las distintas posibilidades para poder resolverlo. Después, convendrá revisar cada una de ellas teniendo en cuenta si somos capaces de hacer lo que cada posibilidad exija, las consecuencias probables que ello pueda tener en el niño y en nosotros mismos, y también si la solución es razonable en cuanto se refiere a tiempo, energía y dinero.
C) Establecer las normas
Las normas deben ser razonables
Los padres deben asegurarse de poder distinguir cuando se ha cumplido la norma y cuando no.
Hay que describir las normas con detalle
Las normas deben establecer un límite de tiempo
Debe existir alguna consecuencia prevista si se rompe el cumplimiento de una norma
D) Ser coherentes al aplicarlas
La coherencia es una manera de informar al niño de que los padres piensan realmente lo que dicen. La aplicación coherente de buenas normas promoverá el orden y la disciplina en la familia, dará seguridad y contribuirá a que todos ofrezcan una mejor disposición.
Cómo tomar decisiones sobre nuestro hijo
Los padres a los que se les hace tan difícil tomar decisiones respecto a sus hijos no tienen confianza en cómo debe actuarse.
Para ciertos padres, cualquier resultado que no sea una comprensión inmediata y espontánea o una respuesta efectiva a las dificultades, es señal de su incapacidad personal. Esto es una auténtica tontería, NADIE HA NACIDO SIENDO PADRE. Por el contrario, ser padre es algo que se aprende.
No resulta sencillo adoptar decisiones sobre cómo proceder con los hijos. Tenemos que hacer lo que podamos con lo que tenemos. Como padre, usted necesitará disponer de tiempo para sentarse tranquilamente a analizar las dificultades de sus hijos y para decidir qué hacer.
Cuando los padres se muestran indecisos en relación con sus hijos, éstos lo perciben y ello afecta a sus sentimientos de seguridad y de bienestar.
Si nos equivocamos al escoger, padres e hijos seguimos juntos y podemos así corregir los errores cometidos en el pasado. Esta voluntad de actuar con decisión, incluso ante la posibilidad de cometer errores, es lo que permite al adulto adquirir cierto grado de confianza, la que a su vez le proporcionará la capacidad de corregir sus errores.
Los padres que se muestran indecisos ofrecen a sus hijos una inmejorable oportunidad para ser caprichosos y dominantes creando un clima de tensión cada vez mayor.
Cuando los padres están además dispuestos a admitir sus errores y a aprender de ellos, también están creando el clima necesario para que los hijos, a su vez, admitan sus propios errores y aprendan de ellos.
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